Fragmentos

En propaganda, como en el amor, cualquier cosa está permitida

Vivimos una época de conflictos armados. Lo cierto es que hace ya muchos, demasiados años, que no hay en el mundo un país que no esté sufriendo algún tipo de conflicto. Y no hace falta que haya armas de por medio para que las situaciones sean críticas. En todas esas situaciones hay un arma por excelencia que los poderosos blanden cual espada Jedi: la propaganda. No creo que en el amor cualquier cosa esté permitida, como no debería estarlo tampoco en el ejercicio de la propaganda. Pero la frase es relevante porque la formuló Goebbels.

Joseph Goebbels (1897-1945)

Joseph Goebbels (1897-1945)

El que fuera ministro de Hitler en estos menesteres elaboró una teoría según la cual la propaganda era todopoderosa si se basaba en la planificación, la credibilidad, una fuente no visible y única, la simplicidad y una repetitividad óptima: resumiendo, censura. La propaganda, una herramienta más vieja que Goebbels, que Gregorio XV, que Sun Tzu, que Jenofonte o que Aristóteles, ha sido readaptada en cada época para continuar siendo una de las mejores armas de guerra, de ataque, en los nuevos escenarios, ya sean bélicos o no. Alejandro Pizarroso, cuya labor profesional se centra en torno a proyectos de investigación relacionados con comunicación y defensa y propaganda de guerra, publicó en 2005 un interesante estudio sobre la propaganda, un análisis en el que desvela las claves de esa readaptación.

Nuevas guerras, vieja propaganda (de Vietnam a Irak) es un estudio exhaustivo de los llamados “conflictos asimétricos”. A través de los comprendidos entre Vietnam e Irak, Pizarroso analiza cómo la propaganda ha sido utilizada por todos los grupos bélicos que los han originado, cómo los medios de comunicación se han visto invadidos por ella (de lo cual han sabido sacar un buen rendimiento), y cómo la opinión pública se ha configurado como uno de sus principales objetivos.

En lo que se refiere a la interacción de la propaganda con la información, en el texto encontré una serie de ideas muy interesantes, algunas explícitas y otras escondidas entre líneas. Por ejemplo, cómo la propaganda se infiltra en la información, desvirtuando la comunicación. Son muchos autores los que dicen que la verdad es la primera víctima de las guerras. La revolución tecnológica, que tuvo su punto álgido tras el 11S, ha permitido la creación y el acceso a todo tipo de comunicaciones que no tienen porqué ser ciertas, ni precisas, ni por supuesto completas. La concentración mediática puede derivar en grandes centros de poder, que a su vez implicarían desinformación e incluso censura por la falta de pluralidad informativa. Los medios y sus periodistas tienen una gran responsabilidad respecto a sus oyentes, lectores y televidentes. Pero como dice Giovanni Porzio, “Quien escribe, pero también quien lee, escucha la radio o ve la televisión, debe pues desarrollar anticuerpos cada vez más eficaces”

La neolengua impregna la información que recibimos. Está repleta de eufemismos y su objetivo es “ablandar la realidad”. Pizarroso se centra en el warspeak, el nuevo vocabulario creado por los señores de la guerra; como ejemplo nos servirá: fuego amigo se generalizó en la guerra de Vietnam; bombas inteligentes se empezó a utilizar en la guerra de Irak del 91; daños colaterales, objetivos no militares, blancos selectivos, ciudades estratégicas, conflictos de baja intensidad, fuerzas de la coalición, etcétera. Las instituciones han cambiado: Departamento de Defensa y no el antiguo de Guerra, administración por gobierno estadounidense, régimen o dictadura por gobierno del bando contrario, por ejemplo. Incluso la guerra no se llama guerra, sino Operación Justicia Infinita, Operación Libertad Duradera, Operación Conmoción, Operación Libertad Irakí, entre otros. Para colmo, los periodistas acabaron utilizando este warspeak, cuando se suponía que debían contrarrestar las declaraciones militares falsas. En resumen, censura impuesta y aceptada.

Corresponsal de guerra | Foto gaissmair.net

Corresponsal de guerra | Foto gaissmair.net

Harold Laswell, teórico de la comunicación, publicaba en 1918 en el NY Tribune: “para el propagandista experto, la mente de la gente es como una tina de agua sobre la que se van dejando caer ideas…, y se sabe qué pasará”. No se puede confundir propaganda con desinformación. Pero la desinformación es una de las técnicas propagandísticas que más eficacia pueden tener en todo conflicto. Dice Robert Denton que “la prensa sirve para informar a la gente de cómo sus agentes (el gobierno al que han elegido) están haciendo su trabajo”: retomando la idea de Porzio, es el público el que, en última instancia, debe luchar contra la propaganda nociva. No podemos olvidar que para todos, periodistas, empresarios de medios y público, existe un deber crítico respecto a la información. No se puede ver, oír, leer y aceptar tal cual. Bajo la superficie de esas comunicaciones hay un entramado de intereses que es necesario conocer para acercarse lo máximo posible a la realidad de los hechos. Creo que esta obra es imprescindible para todo consumidor de información, porque proporciona los suficientes elementos para crear esa mentalidad crítica ante la información de guerra, y extrapolando a otros campos, para posicionarse de manera objetiva ante toda la información que el gran público recibe.

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