En julio del año pasado, en Barcelona tuvimos la oportunidad de ver la exposición Antifotoperiodismo, en La Virreina Centre de la Imatge. Estaban reunidos trabajos de fotógrafos, reporteros y realizadores entre otros, y la pretensión de sus comisarios, Carles Guerra y Thomas Keenan, era examinar el antifotoperiodismo.
El término es inusual, pero hace referencia a la necesidad de los fotoperiodistas por hacer destacar su trabajo entre los cientos de miles de imágenes que nos rodean: Guerra y Keenan buscaron trabajos que se apartaban radicalmente de las prácticas tradicionales del fotoperiodismo, trabajos que utilizaran imágenes liberadas de los corsés de demandas e instituciones, que plantearan nuevas preguntas, nuevos objetivos, viejas historias contadas desde nuevos enfoques.
Uno de aquellos documentos destacaba por encima de los demás. Era un trabajo realizado en 1993 por Robbie Wright, cámara de televisión que trabaja cubriendo guerras, conflictos, ceremonias y desastres alrededor del mundo. Aquel año de 1993, Wright se encontraba cubriendo la guerra de Bosnia. Los reportes que enviaba a las televisiones pasaban absolutamente desapercibidos. Buscó otro enfoque con el que transmitir al mundo lo que estaba viendo, viviendo. Con las imágenes que grabó, las más terribles, las más censurables a los ojos del Occidente acomodado, montó un documento, “un vídeo pop como los de la MTV”, con material que tenía grabado de aquel horror. Escogió imágenes fuertes, «niños bañados en sangre, un hombre que caminaba por una calle invernal aferrando la mano de su nieto, sin detener el paso y apenas sin mirar un cuerpo en una piscina de vísceras a su lado», y las sonorizó con el tema Crazy de Seal. Una nueva manera de presentar una crónica que nadie quería ver.
No repetiremos la narración de aquella brutal limpieza étnica. Lo van a hacer las imágenes de este video, lo van a hacer las palabras de Seal.
No dejéis de verlo entero, porque las víctimas, pero también los verdugos, son personas igual que vosotros.