«Del verano madrileño, el otoño que le siguió y el comienzo del invierno en aquel año de 1930 conservo la impresión de un compás de espera, de una expectativa tranquila. […] el país, ya en la última fase de desintegración de la Monarquía, aguardaba con serena certidumbre los acontecimientos políticos venideros.»
Francisco Ayala, de su libro de memorias Recuerdos y olvidos.

«El ambiente en que nos movíamos ahora, desde nuestra llegada a Madrid, era un ambiente de alegre expectación. Los acontecimientos políticos de España —desintegración final del régimen monárquico y proclamación de la República— eran esperados con un sentimiento de confiada seguridad. El país respiraba una atmósfera de tranquila anticipación: se miraba al porvenir con optimismo, y el advenimiento de la República era aguardado en la misma actitud con que las familias esperan un parto, que puede adelantarse o retrasarse algo, que puede presentarse más o menos laborioso, pero que, como quiera, ha de llegar en corto plazo. Se produjo el 14 de abril; y cuando nosotros oímos por la radio la noticia de lo que estaba ocurriendo salimos a reunirnos en el café de La Granja El Henar con los amigos que allí solían hacer tertulia a diario. La concurrencia era mayor que de costumbre, y la excitación de la gente, muy grande. Nuestros amigos, como todo el mundo, llevaban prendida en la solapa o en la blusa una cintita con los colores —morado, amarillo, rojo— que habían de ser los de la nueva bandera nacional, izada ya en los edificios públicos y en algunos balcones […]»
«Se ponderaba y aplaudía sobre todo el hecho de que el cambio de régimen hubiera sobrevenido sin efusión de sangre —en verdad, sin resistencia ni lucha alguna—. Había surgido la República en un espíritu de anuencia general, pues los sectores de ideología e intereses conservadores aceptaron lo ocurrido y, por de pronto, decidieron acomodarse a la realidad. El cambio se había producido por efecto de un crecimiento nacional interno y sin que se rompiera la concordia.»