No, no quiero. Porque el nominalismo es, literalmente, la «tendencia a negar la existencia objetiva de los universales, considerándolos como meras convenciones o nombres». Y las cosas no son meras etiquetas. Las cosas SON. Y hay que llamarlas por su nombre y darles la importancia que tienen, ya sea poca o mucha. Así que prefiero hacer discursos realistas, presentando las cosas «tal como son, sin suavizarlas ni exagerarlas»
No quiero un presidente que está ausente la mayor parte del tiempo. Que habla con medias palabras y con eufemismos para seguir engañando a los ciegos y tratar de convencer a los indecisos. Que dirige su discurso a los poderosos europeos para aguantar en su puesto de trabajo, lucrativo como pocos. Que tiene absolutamente todo tan meridianamente claro, hasta lo que son unos hilillos de plastilina. Hablo de Mariano Rajoy.

Primer Consejo de Ministros del gobierno Rajoy, diciembre de 2011 | Foto: Alberto Cuellar para El Mundo
No quiero una vicepresidenta, ministra de la presidencia y portavoz del gobierno que defiende desde el gobierno lo que no supo impedir desde la oposición. Que apela a la responsabilidad y a la «veracidad con la que cada cual hace su trabajo» excepto a la que hace referencia al gobierno que representa. Que invoca el respeto a los procedimientos excepto a los que se interponen al pueblo. Que coloca su correa de transmisión en la radio televisión que pagamos nosotros para que le ponga los programas que más le interesan. Hablo de Soraya Sáenz de Santamaría.
No quiero un ministro que asegura que la prima de riesgo española sufre incrementos vertiginosos cada vez que el pueblo desagradecido pita cuando suena el himno del Reino. Que veía especuladores interesados tras las noticias del apoyo económico que solo pretendían deprimir el valor de los bonos españoles. Que siente una gran preocupación por el peligroso auge de la extrema derecha en el país vecino pero no en el suyo. Hablo de José Manuel García-Margallo.
No quiero un ministro que está completamente convencido que tanto el CGPJ como Dívar salen fortalecidos tras el circo al que han sometido a la justicia. Que descarga de trabajo los juzgados a golpe de euro, evitando que se recurran decisiones judiciales que pueden ser equivocadas. Que rompe una lanza en favor de la violencia estructural que sufren en España las mujeres que quieren ser madres. Que afirma sin que le tiemble la voz que el caso Bankia pasará por el Parlamento cuando sea oportuno. Hablo de Alberto Ruiz-Gallardón.
No quiero un ministro que dedicó parte de su vida laboral a aconsejar cómo ganar más dinero a una empresa que vendía muerte. Que utiliza un discurso colonialista ―encubierto, claro― para hablar de la «necesaria defensa de ataques especulativos contra sistemas financieros de países soberanos». Que repite el discurso oficialista como un papagayo de la necesidad de los españoles por asumir su responsabilidad y hacer todo lo que sea posible para salir adelante. Hablo de Pedro Morenés.
No quiero un ministro que premia con amnistías fiscales el dinero negro de ladrones; estafadores; traficantes de droga, niños y mujeres; sicarios y asesinos a sueldo. Que vocea que la única salida de la crisis es trabajar más, lo que se calla es que hay que hacerlo por menos. Que ha negado hasta la saciedad que a España no vendrán los hombres de negro, cuando ya sentía sus alientos en la nuca. Que pega un pollazo mal dado para decir que España puede liderar la Unión Europea si se pone a ello. Hablo de Cristóbal Montoro.
No quiero un ministro que criminaliza las protestas ciudadanas y deja libres a los dueños de los bancos que dictaron las normas del espolio social que provocaron esas protestas. Que abre las puertas de un CIE a los medios para que vean con cuánta transparencia se trabaja, tanta que no hay ni un inmigrante. Que desea abiertamente que un grupo político no reciba votos. Que no admite críticas a su trabajo, ningún tipo de crítica negativa referida a su labor y a su negociado. Que afirma que convocar concentraciones por Internet o resistirse de forma pacífica será considerado delito. Hablo de Jorge Fernández Díaz.
No quiero una ministra que pone en peligro a los que preferimos vivir de alquiler con medidas que criminalizan a todos por culpa de unos pocos. Que antes de la llegada de su grupo al gobierno defendía abiertamente la educación y sanidad públicas y ahora calla cómplice. Que recomienda a sus funcionarios no comer o mantener reuniones con constructores, en lugar de pedirles que hagan un trabajo limpio. Hablo de Ana Pastor.
No quiero un ministro que considera el espectáculo del maltrato y asesinato animal como un bien cultural, una tradición que es necesaria mantener y a la que regalar dinero para que España no pierda su entidad. Que tiene la desfachatez de afirmar, en un tono cargado de sorna, que si las familias no tienen dinero para pagar el aumento de tasas en educación es porque se gastan la pasta en otras cosas. Que escribe un libro en el que se explaya sobre la carencia de valores social, la cual se refleja en el cambio de los roles familiares con la incorporación de la mujer al mercado laboral. Hablo de José Ignacio Wert.
No quiero una ministra que disimula sus mal gestionados tiempos de ocio echándole las culpas a un niño que seguramente ni tan siquiera existe. Que se encomienda a vírgenes para que nos solucione la papeleta en la que nos han metido. Que luce una cartera ministerial de la que no tiene ni la más mínima experiencia porque en su vida ha pegado un palo al agua. Que con toda su tranquilidad expone que la Soberanía Nacional reside en el Congreso; lástima que esto no pudo achacarlo a una travesura infantil. Hablo de María Fátima Báñez.
No quiero un ministro que hace oídos sordos a la huelga minera, huelga que dura ya varias jornadas y que no merece por su parte ni el más mínimo comentario que no sea otro más que «los recortes no son ninguna excepción». Que afirma rotundo que su gobierno tiene las claves para salir de la crisis, aunque cada día que pasa nos hunden más profundamente en ella. Que ha negado hasta el último momento la solicitud de rescate para, en el momento en el que la millonada ha sido confirmada, reiterar que será buena para la reactivación de la economía. Hablo de José Manuel Soria.
No quiero un ministro que se desentiende de la barbaridad que quieren hacerse en las playas de Valdevaqueros, cuando es un tema directo de la cartera que administra; exactamente lo mismo que ha hecho con el hotel del Algarrobico. Que miente sobre una ley de costas que protege a aquellos que quieren destrozar el litoral. Que añade a la lista de restricciones alimentarias de las embarazadas la carne de caza, solucionando así el problema detectado por sanidad con el riego del plomo. Hablo de Miguel Arias Cañete.
No quiero un ministro que lee un comunicado con la cabeza agachada para no mirarnos a los ojos aunque sea a través de una pantalla, que no explica de forma explícita cómo han hipotecado vilmente nuestro futuro, nuestras vidas. Que se jacta de haber conseguido un préstamo escandalosamente favorable y sin consecuencias para nadie. Que elude las preguntas incómodas con un descaro y una mala educación excesivamente provocadoras. Hablo de Luis de Guindos.
No quiero una ministra que es incapaz de dar una rueda de prensa en solitario porque no es que no sepa hablar, es que no tiene ni idea de qué está hablando. Que no ve un Jaguar en su garaje pero sí a niños sentados por los suelos en escuelas andaluzas, ¡y sin ir! Que es propietaria de billetes de avión a Ginebra sin saber muy bien cómo han llegado hasta sus manos. Que su profundísima ignorancia ―cuán osada es― le lleva a decir perlas como que «las divorciadas tendrán Sanidad sin depender de su marido». Hablo de Ana Mato.
No quiero una secretaria general que afirme que “gracias a esta agenda de reformas España ha recuperado su credibilidad”, mientras su sonrisa de hiena enfría el ambiente a su alrededor. Que cierra escuelas rurales y centros de ayuda a mujeres maltratadas porque hay que reducir el gasto a toda costa. Que se atusa con mantillas y jalea a las masas para que participen en fiestas religiosas por el bien del pueblo español. Que rechazaba fieramente una reforma fiscal que hoy han aprobado sus compañeros de partido. Hablo de María Dolores de Cospedal.
No quiero un gobierno que roba la soberanía al pueblo, que utiliza el terrorismo de Estado igual que todos sus predecesores, para mantenernos bajo el yugo de un golpe de estado ya antiguo que se va reinventando con el paso del tiempo. Hablo del PP; por supuesto hablo también del PSOE.
No quiero una casa real, una monarquía rancia que lloriquea sobre los desvelos que le provocan los problemas de sus súbditos en los breves descansos que les dejan sus viajes a safaris sexuales y competiciones deportivas. Que encubre los saqueos de algunos de sus miembros mientras habla de igualdad de todos los españoles. Que vive en la abundancia por herencia sanguínea.
No quiero unos periodistas que regalan preguntas cómodas y que repiten como papagayos el discurso oficialista que toca en cada momento; ni tampoco a esos que lanzan la pregunta incómoda pero no defienden la exigencia de una respuesta, de su trabajo bien hecho. No quiero una prensa que utiliza sus portadas para que sus directores hagan gala de sus desvaríos mentales, de sus ínfulas de poder de cacique casposo.
Hay muchas más cosas que no quiero. No quiero Ratos, ni Botines, ni Fainés; no quiero Botellas, ni Aquirres, ni Cifuentes; no quiero aeropuertos fantasma, ni obras faraónicas inservibles, ni pago de comisiones ilegales; no quiero primas, ni bonos basura, ni agencias de calificación; no quiero terras míticas, ni eurovegas; no quiero amiguismos, ni enchufes, ni el odioso mirar hacia otro lado.
Pero sobre todo, no quiero más niños pasando hambre, más personas expulsadas de su casa porque no pueden hacer frente a sus hipotecas, más inmigrantes maltratados por la xenofobia, más investigadores emigrando en busca de un trabajo digno, más ancianos sin posibilidad de ir a un centro de día, más personas sufriendo acoso de cualquier tipo en su entorno. No quiero mi vida ni la del resto de ciudadanos saqueada por culpa de unos pocos.
No, yo tampoco quiero hacer discursos nominalistas.
Muy bueno. Voy a añadir mi «no quiero». No quiero que este sistema se perpetue, aunque salgamos de la crisis dentro de dos años, si quiero que cambienmos todas las Instituciones, tocadas por la corrupción y que ya no tienen ninguna solución, ya no es tiempo de reformas. Como siempre repito y aunque sea pesado, hay que Formatear e instalar un nuevo sistema. C:\format c:
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Gracias, Juan. Gracias por leerme, por tu comentario y por añadir tu «no quiero». Yo también, como tú, creo que este sistema está totalmente obsoleto, hay que destruir para construir.
Un fuerte abrazo.
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Quiero lo mismo, es decir, no quiero lo que tenemos. El asunto está en cambiar, en deshacernos de toda esta banda de estafadores, de ineptos y fríos politicuchos y conseguir una verdadera democracia y un país que sea lo que tiene y lo aproveche de forma óptima. Seguramente este cambio supondrá una larga etapa en la que primará más lo que eres que lo que tienes, pero no veo otro camino más que bajarse del tren del euro y apostar por nosostros. Me encantó leerte. Saludos
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Lo primero, darte las gracias por pasarte por mi blog, por leerme y por tu comentario.
Yo tampoco creo que el euro sea la panacea de absolutamente nada, y menos de nada bueno. Es otro invento más para tenernos esclavos del sistema que ellos han inventado, que nos han sabido vender como absolutamente necesario para ser ciudadanos. Y espero ansiosa que llegue esa etapa en la que realmente prime más lo que somos que no lo que tenemos.
De nuevo, muchas gracias. Un saludo.
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Tu artículo me ha dejado un nudo en el estómago, ha aumentado mi grado de cabreo, lo que debe ser señal de que estoy vivo y no en estado zombie. Y me ha dejado también con una sensación de culpa, porque los ciudadanos también somos culpables por inacción, y mucho. Y un deseo se ha concretado: que algún día no muy lejano lo lea un fiscal general de un estado democrático en una Península Ibérica o una Europa Unida y lo utilice para sacar a la Justicia del muermo jurídico en que está hoy en su conjunto, empleando un eufemismo. Claro que ese sueño no se cumplirá con solo desearlo: la Justicia deberá tomar vitaminas de Derecho y alguien deberá actuar de padre para dárselas a esos magistrados que no parecen defender ni siquiera sus propios derechos de ciudadanos libres. La Revolución de 1789, y no la cito como ejemplo de modelo democrático, empezó redactando en pueblos y ciudades listas de agravios como esta tuya, que se fueron concretando y profundizando…
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Paco, estoy de acuerdo contigo en esa culpabilidad por inacción por nuestra parte (generalizo). Nos hemos acomodado, nos hemos instalado en nuestro falso estado del bienestar y nos hemos olvidado de lo más importante: conntrolar que quien trabaja para preservar ese falso estado del bienestar lo haga bien. Y yo también desearía que esta lista fuera leída por un alguien capaz de tomar nota y repartir democracia a diestro y siniestro.
Gracias por tu comentario, como siempre. Un abrazo.
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Vamos, resumiendo, que quieres, como quiero yo y toda la gente de bien, gestores responsables con vergüenza torera (válgame la expresión) para hacer frente a las obligaciones del cargo teniendo en cuenta que es el pueblo quien le paga y frente al que responde. Personas con los conocimientos necesarios para la labor que deben desempeñar, honestas y sinceras, con empatía hacia las necesidades de sus representados y con la conciencia clara de que son un medio para un fin y no los dueños del Universo. Personas de aquellas que se eligen por sus méritos y cualidades, por su valía y por su representatividad. Personas que sepan que deberán responder de sus errores con sus cargos y que irán ante la justicia si cometen un delito. En fin, personas y no personajes como tenemos ahora, ¿será tanto pedir??. Un besazo preciosa!
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Ana, no hubiera podido decirlo mejor ni aún queriendo. Exactamente eso mismo es lo que quiero. Pero ya sabes que yo soy de ponerle literatura a la cosa…
Gracias de corazón por tu comentario, mi amarilla.
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