(ex)Presión

Todos (NO) somos iguales

El artículo 14 de la Constitución Española reza así: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social»

Que empiece con la Constitución, esa pobre desagradecida que ya no podemos llamar nuestra porque va a ser manipulada sin que, por lo que parece, podamos hacer nada para evitarlo, a pesar de lo que ella misma dice ―que la soberanía nacional reside en el pueblo español―; a lo que iba: que empiece con la Constitución, texto sancionado por Juan Carlos I; que utilice para introducir el artículo citado el término “reza”; y por último, que sea precisamente ese el artículo con el que encabezo este post no es casual. Supongo que es innecesario que haga esta aclaración, pero quiero llamaros especialmente la atención sobre esos tres detalles. Ahora voy a daros las razones por las que lo he hecho.

Debemos saber de antemano que este texto, en su preámbulo, habla de «orden económico y social justo», «imperio de la ley como expresión de la voluntad popular», «proteger […] en el ejercicio de los derechos humanos», «promover el progreso de la cultura y la economía» y «establecer una sociedad democrática avanzada». Todo ello, tanto estas premisas como el artículo 14, merecen una segunda (re)lectura por vuestra parte: despojad vuestra mente de ruidos y volved a fijar vuestra vista sobre esas citas, apoyándoos además en el resto de vuestros sentidos. Seguro que ya entendéis un poco mejor por dónde voy.

Los españoles son iguales. Últimamente la esencia de esta frase ha sido repetida hasta la saciedad. Para ser más exacta, la secuencia de palabras que se ha reiterado ha sido Todos somos iguales. Lo dijo el rey, el mismo tipo que firma la Constitución, poniendo una coletilla ―ante la ley― durante su discurso de finales de diciembre. Muchas fueron las voces que aseguraron que esa sentencia hacía clara y directa referencia a su yerno, el tal Urdangarín, en relación a sus chanchullos en el Instituto Nóos. Y claro, casi dos meses después, llego a la conclusión que no, en absoluto hacia referencia a su yerno. Si eso fuese así, el tal Urdangarín sería tratado ante la ley exactamente igual que todos. Y me diréis: es cuestión de interpretación. Pues será eso. Así que yo me quedo con la que hago, que casualmente coincide con la de la portavoz del Consejo General del Poder Judicial, Gabriela Bravo: «No todos los imputados son iguales» ante la ley, en referencia directa al tal Urdangarín. Aunque claro, sus palabras y las mías no parten de la misma base ni quieren significar lo mismo. Para nada.

Solamente esta última semana, la que empezó con noticias de la operación Babel y ha terminado con la carnicería de la reforma laboral, pasando, entre otras cosas, con la maldita sentencia dictada por el caso de las escuchas a Baltasar Garzón, ha sido una de las más significativas respecto a la igualdad de todos. Significativa de manera hipócrita, sádicamente irónica. Todos, ministros, portavoces políticos, representantes de los sindicatos, de la patronal, de la banca, de los mercados… TODOS sin excepción han hablado de lo iguales que somos. Cada uno desde su tribuna particular, esa que deforma las palabras en función de los objetivos: qué ejercicio de neolengua más perfecto, más vil y más aterrador. ¿Y sabéis qué? Sigo en mis trece. Todos NO somos iguales. No lo somos. No.

13 febrero 2012_Todos (NO) somos iguales

Viñeta del blog Justiciasocialencolombia.com

Si todos fuéramos iguales, nuestra máxima preocupación sería la rebaja de nuestros sueldos a la cifra de 600.000 mil euros anuales. Si todos fuéramos iguales, escuelas y universidades harían una labor independiente, libre e igualitaria. Si todos fuéramos iguales, no tendríamos que escuchar palabras de desprestigio por tener unos labios carnosos, por vestir tejanos o por llevar siete pendientes. Si todos fuéramos iguales, nuestros males físicos o psíquicos serían tratados de la misma manera por cualquier médico que se preciara de serlo. Si todos fuéramos iguales, nuestras creencias o la ausencia de ellas no crearían rencores viejos que se rancian y se pudren, haciendo saltar guerras. Si todos fuéramos iguales, nuestras diferentes maneras de pensar, de entender la vida y la muerte, serían símbolo de nuestra personalidad única y merecedoras de respeto por el resto de iguales. Si todos fuéramos iguales, blandiríamos pistolas con las que defender a muerte las más peregrinas ideas.

Y eso no es así. Todos NO somos iguales, porque no todos han perdido su trabajo, ni su casa, ni su derecho a la sanidad o a la educación. No todos van a ser carne de cañón de los nuevos recortes que supondrá esa carnicería laboral que nos han regalado nuestros gobernantes con la connivencia de la patronal. Ni todos están hoy pensando que querrían estar en la plaza Syntagma, apoyando a todos esos griegos que han decidido salir a la calle para decirle a la troika que quiere venderlos, en voz alta y clara, que TODOS NO SOMOS IGUALES.

2 pensamientos en “Todos (NO) somos iguales

  1. La igualdad, ay, compa Mónica, vaya tema, vaya tema (como tantos y tantos otros…). Al igual que no hay ley que pueda disponer que el cielo sea de color verde —es algo que está fuera de su alcance…—, tampoco puede haber ley que disponga que los humanos, esencialmente diferentes unos de otros por naturaleza, seamos iguales. Lo que sí puede hacer la ley (y es lo que hace la Constitución) es disponer que a todos se nos trate con igualdad. Pero eso no deja de ser una proclama, un desiderátum; la ley no tiene capacidad, por sí misma, para imponerlo en la realidad, sino que somos los humanos que la manejamos los que hemos de hacer efectivo el principio en nuestra práctica cotidiana. Y eso, ya sabes, está como está. Complicado, muy complicado. Y en un sistema socioeconómico como el nuestro, más complicado todavía. En fin…

    Un fuerte abrazo y buena semana.

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    • Manuel, gracias por tu comentario, como siempre.

      Es cierto que este es un tema complicado, más aún, escabroso. Pero no por ello debemos dejarlo fuera del debate, por lo menos fuera de las conversaciones. Si no, me temo que acabará cayendo en el olvido y viviremos en «Un mundo feliz». Y eso aún será peor.

      Un fuerte abrazo

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