Lapidarium

Demagogiando, que es gerundio

Vivimos tiempos extraños. Mucho. Tiempos en los que nuestros gobernantes, sujetos a un marco que damos en llamar democrático, hablan de la demagogia con enorme profusión en el uso de esa palabra cuando se refieren a sus contrarios. Palabra que no llega ni a término, ni a concepto, ni a idea, ni por supuesto a significado. De tanto oírla, los ciudadanos hemos perdido la capacidad de entenderla, de saber si está bien o mal utilizada, de ser críticos en su uso dentro del discurso político. De tanto pronunciarla, los políticos la han despojado de su fuerza, de su carácter; la han defenestrado y vapuleado, convirtiéndola en una grafía sonora totalmente vacua.

¿Sabemos exactamente lo que significa demagogia? Vamos a refrescarnos la memoria: es tan sencillo como poner RAE en cualquier buscador e introducir el término en el campo adecuado. Tranquilos, me he adelantado. Y resulta que demagogia significa práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular. Eso no es todo, hay una segunda acepción del término mucho más preocupante, degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder. Así pues, podemos concluir que vivimos instalados en un sistema para nada democrático, sino exclusivamente demagógico, en el que gobierno y oposición viven instalados. Un sistema que se sustenta en la mentira constante, una detrás de otra, ya sea desde la Moncloa, desde el Parlamento, desde el Congreso, desde cualquier foro en el que les den un micrófono para berrear su cháchara. ¡Demagogia! ¡Demagogos!, se acusan entre ellos constantemente.

El demagogo, El Roto

Y digo yo, ¿acaso no lo son todos? Nos mienten, nos mienten hace mucho tiempo. Mentiras para mantener sus parcelas de poder, ya sea en el gobierno o frente a él. Mentiras para que sigamos votándoles y poder seguir disfrutando de sus posiciones privilegiadas. Mentiras para perpetuar ese estado de nuevo terror en el que tan bien supieron sumirnos desde el pasado 11 de septiembre de 2001 y que reforzaron un 11 de marzo tres años después, el principio de la nueva era del terrorismo internacional ―ya lo dice el refrán, la ocasión la pintan calva―. Mentiras que ya no son ni elaboradas ni estratégicas, simplemente mentiras que se dicen y mañana se desdicen. Y ni hemerotecas, ni juramentos, ni compromisos ni dios son capaces tan si quiera de sacar los colores a nuestros demagogos, a nuestros mentirosos; lo de pedir perdón y rectificar es que ni se les pasa por la cabeza. ¿Para qué?

Nos dijeron que un demonio extranjero tenía armas de destrucción masiva y era necesario declararle una guerra que nos proporcionó miles de daños colaterales. Nos aseguraron que España iba bien pero lo único que funcionaba era el incremento del ladrillo. Nos explicaron que no había crisis económica sino una leve recesión. Nos contaron que se veían brotes verdes pero debieron morir lapidados por esos ladrillos que tanto dinero hacía ganar a unos pocos elegidos. Nos prometieron que lo más importante para ellos eran las políticas sociales y el pleno empleo, pero se arrodillaron ante los mercados y los bancos para cumplir como órdenes todos sus sádicos deseos. Nos aterrorizaron con el peligro de tener una prima de riesgo a 300 puntos, cuando sabemos de buena tinta que aunque sobrepase los 500 puntos el mundo sigue girando. Nos repitieron hasta la saciedad que tenían un programa cuando nadie lo veía, ni ellos mismos eran capaces de explicarlo. Nos regalaron los oídos con la necesidad de hacer reformas estructurales para que el país creciera y fuera próspero, cuando la única estructura que mantienen y fortalecen es la de amparar y acrecentar las diferencias sociales entre ricos y pobres. Afirmaron con rotundidad que gobernarían para todos los españoles, cuando en realidad lo que hacen es robarnos a mano armada para que sus familiares y amigos vivan a cuerpo de rey a nuestra costa. Recalcaron que los elementos socialmente peligrosos debían ser reprimidos y anulados con rotundidad, cuando a los únicos que reprimen salvajemente son a aquellos que dicen en voz alta que nos mienten y salen a quejarse activamente a la calle. Nos aseguran que no hay peligro de rescate, cuando el peligro es que nadie nos rescatará de ellos si no lo hacemos nosotros. Nos juran y perjuran que un banco defenestrado por el amigo de la inmortal es el bote salvavidas de nuestra economía, y que debemos redoblar nuestros esfuerzos para darle el poco dinero que nos quede, porque nos será devuelto hasta el último céntimo.

Y lo peor de todo es que casi nos han acostumbrado a sus mentiras, a las de todos. Porque todos, TODOS, se acaban convirtiendo en demagogos. ¿O tal vez es que ya lo eran antes? O peor aún, ¿lo han sido desde siempre y no hemos sabido o no hemos querido ser conscientes de ello? Pero bueno, ya se sabe, no hay nada como, tras todo este despropósito demagógico, mentiroso y lleno de los más viles embustes, buscar el momento propicio para mirar a cámara en prime time con ojos de cordero degollado y decir con voz temblorosa: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir

2 pensamientos en “Demagogiando, que es gerundio

  1. La de demagogia, compa Moni, es una de las acusaciones más habituales entre los políticos, cuando se entregan a sus (permanentes) ejercicios de ‘ytumasismo’ en los foros públicos. Y ya empieza a resultar, como todas las demás, un poco cansina, además de inane e ineficaz, especialmente si se tiene en cuenta que, como tú bien apuntas, es una de esas faltas en las que más se suele dar aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Otra cuestión es la de hasta qué punto estamos atontados, o anestesiados, porque la cosa es que el invento suele colar, con lo cual volvemos al eterno problema del huevo y la gallina: ¿nos la venden porque se la compramos, o se la compramos porque nos la venden? En fin…

    Un fuerte abrazo y buen día.

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    • Cansina, exactamente eso es lo que me parece a mí también. Pero ahora, en estos tiempos que corren de acoso y derribo del ciudadano y sus derechos, de cansina a pasado a ofensiva.

      En fin, Manuel, menos mal que tenemos estos ratos para poder charlar y pensar en compañía. Un abrazo fuerte.

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