Fragmentos

Enemigos lejanos, enemigos cercanos

Cuando el 11 de septiembre de 2001 las Torres Gemelas del World Trade Center cayeron, George W. Bush declaró en un discurso ante toda la nación que iban a «encontrar a los responsables y llevarlos ante la Justicia.» Collin Powell, su secretario de Estado norteamericano, utilizó el mismo término. Justicia implica juzgados, jueces, fiscales, abogados; leyes, investigaciones, pruebas, veredictos; sospechosos o culpables; absolución o condena. Pero Bush olvidó rápido el término Justicia y declaró «la guerra contra el terrorismo».

El cambio terminológico no fue banal. Guerra, unido a terrorismo, facilitaba la aceptación de cualquier acción militar en la mente de los ciudadanos occidentales. La «ira callada e inquebrantable» que unía a todos los ciudadanos ante aquellos «actos de asesinato masivo» les impelía a unirse «para ganar la guerra contra el terrorismo» con una única determinación: «la justicia y la paz».

Antes, desde los años 80 del siglo XX, el «terrorismo internacional» —expresión acuñada por Estados Unidos e Israel— se enmarcaba en el ámbito policial. Hacer una declaración de guerra permitía la intervención militar de una manera natural y lógica. El «imperio del mal» debía ser neutralizado, el mundo se encontraba sumido en un permanente «estado de guerra» en el que la «alarma» podía aparecer en cualquier momento.

Entonces, como ahora, se cometieron «asesinatos masivos» en más lugares del planeta. Pero aquellos no eran importantes. Ni para los dirigentes ni para los medios de comunicación del mundo occidental. Chechenia, Bosnia, Palestina, Irak, Afganistán, Kenia, Líbano, Marruecos, Filipinas, Arabia Saudí, El Salvador, Perú, Costa de Marfil, Chile, Colombia, Mali, Egipto, Tanzania, Indonesia, Túnez, Somalia, Bali, Uzbekistán, Osetia del Norte, Tailandia, Argelia, La India, Pakistán, México, Siria, Nicaragua, República del Congo, Angola, Nigeria, República Dominicana, Yemen, Libia, Burkina Faso, Camerún, Bangladesh…

Tal vez no importe lo que pase en todos estos países porque sus enemigos lejanos son aliados de sus enemigos cercanos.

Tal vez.

20160716_Enemigos lejanos, enemigos cercanos

‘Soy Pilgrim’, Terry Hayes. Editorial Salamandra, Colección Novela | Foto: Mónica Solanas Gracia

«Fue en otro de aquellos grupos de debate, en aquella ocasión uno tan pequeño que se convocó en una sórdida habitación que normalmente utilizaba el club filatélico de la universidad, donde se topó con una idea que habría de cambiar su vida. Y a nosotros la nuestra, debo añadir con tristeza. Irónicamente —debido a que el ponente invitado era una mujer—, aquel día estuvo a punto de no acudir. La ponente dijo llamarse Amina Ebadi, aunque probablemente era un nombre falso, y era una activista política de Jabaliya, el enorme campo de refugiados situado en Gaza, hogar de ciento cuarenta mil refugiados palestinos y una de las zonas más deprimidas y radicales que existen en el mundo.

«El tema de su charla era la crisis humanitaria que asolaba dicho campamento, y asistieron un total de diez personas. Pero ella estaba tan acostumbrada a nadar a contracorriente de la indiferencia internacional que aquel detalle no la preocupó: algún día alguien la oiría, y dicha persona lo cambiaría todo.

«Aquella noche hacía un calor brutal, y a mitad de su alocución hizo una pausa para quitarse el velo.

«—Somos tan pocos, que me siento como en familia —comentó sonriendo.

«Ninguno de los escasos asistentes puso ninguna objeción, y aunque el Sarraceno se sintió inclinado a ello, tardó tanto tiempo en recuperarse de la visión de su rostro que al final perdió la oportunidad.

[…]

«Aunque tenía unos cinco años más que él, había algo en ella —la forma de sus ojos, sus ganas de vivir— que le recordó a la mayor de sus hermanas. No había tenido contacto alguno con su familia desde el día que se fue de Baréin, y de improviso lo invadió una oleada de nostalgia.

«Para cuando consiguió superarla, la ponente estaba hablando de los «enemigos cercanos».

«—Lo siento —la interrumpió él—, ¿le importa repetirlo?

«Ella posó sus grandes ojos en aquel hombre sereno y dueño de sí mismo. Alguien le había dicho que era un fervoroso estudiante de Medicina, pero, según adivinó al fijarse en su rostro curtido por la intemperie, debía de ser sin duda un guerrero que había vuelto de la yihad. Conocía bien a los que eran como él: el campamento de Jabaliya estaba repleto de muyahidines veteranos.

«Dirigiéndose a aquel joven con el gran respeto que merecía, le dijo que casi todos los problemas del mundo árabe tenían su origen en los que se podían denominar «enemigos cercanos»: Israel, naturalmente; los despiadados dictadores diseminados por toda la región; las corruptas monarquías feudales como Arabia Saudí, que comían de la palma de la mano de Occidente…

«—Siempre oigo decir que, si nuestros enemigos cercanos fueran destruidos, se resolverían la mayoría de los problemas. Yo no creo que eso sea así: los enemigos cercanos son demasiado implacables, les gusta demasiado oprimirnos y matarnos, pero sólo sobreviven y prosperan porque los apoya el «enemigo lejano». Unas pocas mentes iluminadas, personas sensatas, afirman que si se lograse derrotar al enemigo lejano todos los enemigos cercanos se derrumbarían.

«—Eso es lo que me gusta de las teorías —replicó el estudiante de Medicina—, que siempre funcionan. Pero, cuando hay que llevarlas a la práctica, todo cambia. ¿Es posible siquiera destruir a un país tan poderoso como Estados Unidos?

«La ponente sonrió.

«—Estoy segura de que usted sabe muy bien que los yihadistas derrotaron en Afganistán a una nación igual de poderosa.

«El Sarraceno recorrió los ocho kilómetros que había hasta su casa profundamente turbado. Nunca había tenido una idea clara de cómo vencer a la casa de Saud, y debía reconocer que existía una razón evidente para que todos los saudíes disidentes vivieran fuera del país: los que vivían o viajaban dentro de sus fronteras eran invariablemente denunciados y eliminados. No había más que fijarse en lo que le había sucedido a su padre. Pero no entrar en Arabia, y aun así forzar el derrumbe de la monarquía saudí infligiendo una herida grave al enemigo lejano… En fin, ¡aquella era una propuesta muy diferente!

«Para cuando llegó a la puerta de su diminuto apartamento, ya sabía cuál era el camino que debía tomar […]. Golpearía en el corazón mismo de Estados Unidos.»

Soy Pilgrim, Terry Hayes. Editorial Salamandra.

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