“…la guerra ha terminado en todos sus efectos y definitivamente bien para España.” Manuel Fraga Iribarne, Ministro de Información del Gobierno del General Franco
Recordar los episodios que sucedieron en nuestro pasado reciente es imprescindible para recuperar nuestra Memoria y construir nuestro futuro. En la antología Pintxos. Nuevos cuentos vascos —absolutamente recomendable—, se halla contenido un brevísimo relato de Joseba Sarrionandia, Durango 1937. Habla de olvidar la destrucción, el dolor y la tristeza; los ladrillos quebrados, las cenizas aún calientes, la sangre pegajosa; los gemidos, el olor a azufre, los cuerpos cercenados. Habla de imaginar un mundo apacible y hermoso en el que seguimos vivos.

Foto aérea del bombardeo de la mañana del miércoles 31 de marzo de 1937 en Durango | FOTO: Gerediaga Elkartea
Durango, 1936. Tras el golpe de estado, sus habitantes se habituaron a la perversa cotidianeidad de la progresiva ocupación fascista. Así llegó el 31 de marzo de 1937. Era miércoles. Hacia las seis de la mañana, la alarma antiaérea avisó de la llegada de los primeros aviones. Pasaron de largo sobre la ciudad. Apenas tres horas más tarde otra escuadrilla —entre 4 y 5 aviones según las fuentes—descargó su carga de bombas sobre Durango. Fueron pocos los que llegaron a tiempo a los refugios tras el nuevo aviso de la alarma antiaérea. La mayoría de la población fue sorprendida por las explosiones en el interior de sus casas o en plena calle. En total, descargaron 80 bombas de 50 kilos cada una.
Poco antes de las seis de la tarde volvió a sonar la alarma antiaérea. Fueron 8 aparatos, que descargaron 22 bombas de 100 kilos y 54 bombas de 50 kilos. Iban acompañados de cazas que centraron su cuota de terror en el uso de las ametralladoras, una auténtica cacería de hombres, mujeres y niños. El ataque de la tarde acabó de devastar lo que había quedado en pie por la mañana. Escombros, cristales, heridos, muertos. Caos. Apenas 48 horas después, hacia las 5 de la tarde del 2 de abril, tres aviones sobrevolaron las ruinas de Durango descargando en su travesía 10 bombas de 100 kilos y 36 bombas de 50 kilos.
Esa tarde hubo pocos muertos, porque pocos vivos había dejado el ataque del miércoles anterior. El día 4 de abril, tercera jornada de bombardeos, tampoco se cobraron muchas víctimas. Lo cierto es que no se puede dar una cifra exacta. Una de las arduas labores del bando nacional fue —y sigue siendo a través de sus herederos— minimizar hasta lo absurdo las consecuencias de sus acciones terroristas. Pero hay quienes se tomaron la tarea de indagar, de recuperar documentos y testimonios: en aquella jornada y media Durango vio cómo eran asesinadas más de tres centenares de personas.
El ataque a Durango es el primer ejemplo del cambio en la concepción de las guerras. La operación que incluía el bombardeo de Durango fue firmada por el genocida Franco el 21 de marzo, 10 días antes del primer ataque. En las directrices de acción a los bombarderos se destacaba que «Las fuerzas aéreas atacarán las reservas locales y de los sectores, sin consideración de la población civil». Mola quería “arrasar Vizcaya”, crear una situación de terror —con esta y la posterior devastación de Gernika— que acabara con la moral y la capitulación del Frente de Vizcaya. La estrategia no funcionó, entre otras cosas porque no habían dado con el arma perfecta: la bomba nuclear, que consiguió la rendición de Japón tras el horror de Hiroshima y Nagasaky.
Por cierto, José Antonio Agirre, presidente de Euskadi, denunció los bombardeos de Durango y Gernika ante el mismo tribunal que juzgó los crímenes cometidos por los nazis. Pero la justicia de Núremberg solo servía para las atrocidades cometidas a partir de 1941. Hoy, 3 de septiembre de 2014, los criminales siguen sin ser juzgados.
Estupenda entrada, los «Aliados», la URSS incluida, una vez vencido el monstruo alemán, olvidaron todas las promesas y se olvidaron de esta pequeña península al sur de la Europa «libre» y permitieron que el fascismo, al que supuéstamente se enfrentaron, perneciera 30 años más para su propia vergüenza y nuestro padecimiento.
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