Nos están sumiendo en un régimen totalitario y muchos son los que no quieren darse cuenta. Va a hacer un año que los ciudadanos dijeron hasta aquí. El 15 de mayo de 2011 mucha gente salió a la calle para manifestar de forma pacífica ese descontento. Y ahora, que ya ha pasado prácticamente un año, estamos muchísimo peor que en aquella fecha.

Acampada 15M. Plaça Catalunya, Barcelona, 21 de mayo de 2011 | Foto: Teresa Forn para Fotomovimiento
Cada viernes desde hace ya demasiadas semanas, el consejo de ministros español se reúne y, tras “perder el tiempo” durante varias horas, los diferentes grupos parlamentarios comparecen en rueda de prensa para dar cuenta de cuáles son los derechos que nos van a recortar, pero solo hasta la próxima reunión. Los populares para ―ni tan siquiera ya― defender las atrocidades que van a acometer. El resto, en función de sus necesidades, para denostar en mayor o menor medida esas decisiones que el gobierno de Rajoy ha tomado en solitario.
Entre aquel 15 de mayo de 2011 y hoy ha habido uno, solo uno, de elecciones. Por el contrario, han sido muchas las jornadas de protesta en las calles de decenas de ciudades españolas. Hoy ha sido la última. Por el momento. Los ciudadanos han salido de sus casas para manifestar su queja, su protesta, de forma contundente y clara. La verdad es que no sé si mantener ese apelativo, ciudadano, porque si me atengo a la definición que Aristóteles dio del término en su Política ―«es ciudadano el que tiene la posibilidad de participar en las deliberaciones y en la administración de justicia»― lo cierto es que todos los que hemos salido a la calle hemos dejado de serlo.
Cada viernes y en cada consejo de ministros, mientras dure la legislatura. Eso es lo que ha dicho esta mañana Mariano Rajoy, durante el congreso de los populares en Madrid, que durará esta sangría, este asesinato masivo, esta aplicación paulatina del terrorismo. Hemos tenido que hacerlo, no quedaba otra alternativa. Ese es el mantra que, hoy también, repite desde el anuncio del primero de los recortes con los que el Partido Popular ha ido sajando de manera salvaje a la ciudadanía. Y no puedo evitar volver a las afirmaciones que Aristóteles hace en el estudio anteriormente citado. «La tiranía, como se ha dicho a menudo, no mira hacia nada comunitario si no es para provecho particular». Porque no puedo dejar de pensar que todo lo que el Partido Popular está haciendo en el gobierno es eso: buscar un provecho particular. De la misma manera, por supuesto, que lo hace el Partido Socialista, los Convergentes catalanes y otros tantos. La suya, la de los sentados en el banquillo de la oposición, es la posición cómoda, la del que no puede hacer nada, la del que dice estar atado de pies y manos ante las decisiones que toma el gobierno desde su mayoría absoluta. Pero hemos visto lo que los socialistas hicieron en las anteriores legislaturas desde su posición de gobernanza. Y estamos viendo cómo lo están haciendo desde CIU en su posición de poder en Cataluña. Exactamente lo mismo que los populares, pero con un año de ventaja.
Criminalizar las protestas, por pasivas que estas sean; crear una web en la que aparecen las fotografías de personas que han participado en diferentes manifestaciones, pidiendo la colaboración ciudadana para su identificación; requerir la documentación de manera indiscriminada a ciudadanos que se concentran de manera pacífica en una plaza para reclamar la devolución de sus derechos; poner en marcha una dirección de correo electrónico policial, a la que mandar denuncias de las posibles sospechas que se tengan de un vecino. La tiranía tiene eso, que trata de destruir a algunos elementos; los persigue abiertamente, infiltrando espías, escuchas, confidentes; son rivales molestos de los que parten las conjuras, conjuras según el tirano para gobernar ellos mismos o para evitar la esclavitud. ¡Ah!, sabio fue el consejo que Periandro le dio a Trasúbulo, «la siega de las espigas sobresalientes». Aquellos que sobresalen, aquellos que son sensatos, deben ser erradicados, pues pueden devenir en poderosos líderes. Así que deben trabajar haciendo que todos los ciudadanos sigan siendo eso, una masa igualitaria. Y empobrecerlos, menguar su capacidad económica como otra medida para debilitarlos.
Lo último que se plantea este gobierno tirano y dictatorial es la no celebración del debate sobre el estado de la nación. Una medida de control que, en la actual situación, no es tal, ya que disfrutan de una mayoría absoluta que les permite hacer y deshacer sin apoyos de ningún otro grupo parlamentario. Exactamente lo mismo que pasó con el debate sobre la reforma laboral, o con el de los Presupuestos Generales del Estado: desmembraron el maltrecho estado del bienestar como quisieron, escudándose en lo que es necesario hacer para salir de esta crisis. Pero no nos engañemos, que ese debate sobre el estado de la nación no se celebre es un eslabón más que construye la cadena de la tiranía, de la dictadura. Otro paso más hacia la cosificación de la población. Antes os hablaba de todo aquello que las tiranías eliminan. También prohíben asociaciones, educación, escuelas, círculos culturales, todo aquello que dé pie a que los ciudadanos se conozcan, se creen círculos de confianza: todo aquello en lo que suele brotar resolución y confianza también debe ser erradicado. Para seguir ahondando en ese objetivo masificador.
La tiranía se basa en tres supuestos: que los súbditos piensen poco; que desconfíen unos de otros; y la imposibilidad de acción. Pensad en esas tres premisas y veréis cómo en la actualidad muchas son las situaciones en las que podemos identificarlas. En los sistemas tiránicos la voluntad del gobernante siempre ha sustituido a la ley como máxima expresión e instrumento de gobierno. De esa forma se impone la arbitrariedad, gobernando contra la voluntad de los ciudadanos, dejándolos fuera de la participación del mismo. De esa forma, gobierno y gobernados están enfrentados. De nuevo os pido, pensad en esta característica de la tiranía y decidme que no sois capaces de ver la misma situación en nuestra vida diaria durante hace ya bastantes meses.
En todo el discurso que los gobernantes populares repiten hasta la saciedad se ven claramente algunas de las características que Richard Overy destaca como definitorias de las dictaduras en su profundo estudio Dictadores, una obra en la que compara las dos mayores dictaduras del siglo XX: promesas de un futuro utópico, terror como arma política, absoluta negación de las libertades y derechos individuales. Cada día uno u otro representante del gobierno hablan del maravilloso futuro que nos espera, en el que la actual situación de cataclismo en la que vivimos sumidos será sustituida por el crecimiento económico y la estabilidad en todos los campos que nos afectan como ciudadanos. Cada día uno u otro dirigente hacen gala del discurso del miedo, llevándonos hasta el paroxismo de ese cataclismo pero solamente hasta el borde, España no está tan mal como para ser rescatada por Europa. ¡Pandilla de cínicos carroñeros!
En su libro Vida y destino, Vasily Grossman escribe «El único sentido verdadero y duradero de la lucha por la vida radica en el individuo, en sus modestas peculiaridades y en su derecho a esas peculiaridades». Esta reflexión surge de sus razonamientos sobre el propósito principal de cualquier asociación humana: «reivindicar el derecho de todos a ser diferentes, a ser especiales, a pensar, sentir y vivir a su manera». Según Grossman, esta es la razón por la que las personas se unen, para defender o conquistar este derecho. El problema, según el autor, llega cuando por encima de él se anteponen «una raza, un Dios, un partido o un Estado». Cambia así la finalidad de esas asociaciones, ya que confunden las herramientas de la defensa con el objetivo que persiguen. Siempre he creído en la necesidad de ser ante todo yo, un individuo que es diferente a todos los demás. Siempre he creído también en la necesidad de estar en relación con otros individuos, también diferentes entre sí y a todos los demás. Solo de esa manera veo posible aprender y crecer como yo para poder aportar y ayudar a crecer al resto de individuos. Si partidos, agentes sociales, agrupaciones ciudadanas y similares olvidan eso por lo que Grossman dice que deben luchar y cambian el objeto de su lucha por intereses particulares no nos sirven: a los ciudadanos no nos sirven.
Y nuestro gobierno, ahora, tampoco nos sirve. En Barcelona estamos viviendo un verdadero estado de sitio; las calles están tomadas por diferentes cuerpos de mal llamada seguridad. España ha suspendido el Tratado de Schengen y nuestras fronteras se han transformado en pasos fortificados. ¡Seguridad! ¿Para quién? ¿Para quienes deben decidir cuál es el siguiente paso en la dirección de nuestra esclavitud? ¿Para esos gallifantes del BCE que viven fuera de nuestra realidad? ¿Y nosotros? ¿Qué hacen por nosotros? Mucho, hacen mucho. Nos quieren débiles, nos quieren pobres y enfermos. Nos quieren masa cosificada. Nos quieren impotentes, la ineficacia fundamental para actuar. Nos quieren incapaces de pensar, de experimentar para aprehender y fortalecernos. Nos quieren individuos aislados porque, como define Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, «el aislamiento puede ser el comienzo del terror». El aislamiento en la vida política es el equivalente a la soledad en la esfera de las relaciones sociales. Nos quieren también elementos solitarios. Decía Lutero que «un hombre solitario siempre deduce una cosa de otra y piensa en todo hasta llegar a lo peor». Y no hay nada peor para una mente aislada y solitaria que abocar sus deducciones a lo peor. El terror del sistema totalitario hace, así, su trabajo de manera perfecta.
Y en eso trabajan cada día, en convertirnos en todo eso. Pero no olvidemos una cosa: en las dictaduras del siglo XX el control de la información por parte del sistema era posible. Hoy ya no lo es. Disponemos de las suficientes herramientas para mantenernos informados a la vez que informamos al resto de ciudadanos. Sí, he escrito ciudadanos. Al principio del post decía que no estaba muy segura de poder seguir utilizando ese término; pero no me rindo fácilmente. Sinceramente, por vuestro bien y por el mío, espero que vosotros tampoco.
Lo que nos mueve, con razón suficiente, no es la percepción de que el mundo no es justo del todo, lo cual pocos esperamos, sino que hay injusticias claramente remediables en nuestro entorno que quisiéramos suprimir.
Amartya Sen, La idea de justicia
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Supongamos como hipótesis que viviéramos en una tiranía al estilo de la Grecia clásica, en la que el Tirano Medusa, por decir alguno, oprimiera los ciudadanos y en la que los esclavos fueran la nulidad de las nadas.
Con la diferencia, es sólo una hipótesis, que los esclavos votaran al Tirano, vieran todo el día las sombras que les proyectan en la caverna los brujos-oráculos, creyeran que esas sombras son la realidad, creyeran que son libres, más libres que los propios dioses.
Curiosa hipótesis: los esclavos se creerían libres y los ciudadanos (los hombres no sujetos al poder del oráculo) se sentirían esclavizados.
Que los dioses del Olimpo tengan piedad de todos ellos. ¡Ah, no hace falta, olvidaba que es sólo una hipótesis. Nosotros ni somos verdaderos ciudadanos ni hay Medusa que nos esclavice! :-DDD
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Paco, hay una Medusa que sí nos esclaviza, un dios único del nuevo Olimpo que nos mantiene sumisos: el dinero. En mayor o menor medida, todos somos sus adoradores. Espero que cada vez más aprendamos a apostatar de él, o por lo menos, a buscar otras alternativas para nuestra supervivencia. Más que nada por sus sacerdotes, sus obispos, sus popes, esos que lo cuidan y nos hacen venerarlo…
Un abrazo y gracias por tus siempre sabias palabras, Paco.
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