«Nuestra historia no es anónima. Nosotros no somos abstractos.» Patricio Guzmán
Dicen que la historia la escriben los vencedores. Jamás discutiría la afirmación, todo lo contrario. Lo doloroso de la afirmación, lo que implica per se, es que una parte importante de la historia puede llegar a perderse. Por eso es importante el trabajo de tantas y tantas personas —aunque no sean suficientes— para recopilar y recuperar la memoria que los vencedores nunca escribirán.
Alejandro Zambra es uno de tantos escritores que ha utilizado su historia en sus narraciones. No fue desde el principio. Hubo un tiempo en el que estaba convencido que su vida no tenía ningún interés. Fue el tiempo en el que todo giraba en torno a las víctimas de Pinochet. Eran ellas las que debían recordar, hablar, explicar, reclamar, buscar. Hasta que entendió que lo que él había vivido, la cotidianeidad y lo que representaba —«los hijos de la clase media del extrarradio, despolitizada»—, era también importante para rellenar los vacíos de la historia que los vencedores no iban a escribir. «Dejó de ser un asunto solamente de las víctimas, y la mayoría de los chilenos entendieron que estas cosas le habían pasado al país». Y Zambra escribió Formas de volver a casa no para «relatar hechos, lo que quiere [la novela] es hacerse cargo de la imposibilidad de relatarlos». El duelo, explicaba en una entrevista, era, es, colectivo.
En estos días de conmemoración de la aterradora devastación que los americanos cometieron con sus bombas atómicas, deberíamos no olvidar la necesidad de seguir haciéndonos preguntas para llenar tantos vacíos.

‘Formas de volver a casa’, Alejandro Zambra. Editorial Anagrama, Colección Narrativas hispánicas | Foto: Mónica Solanas Gracia
«Entonces yo estaba y siempre he estado y siempre estaré a favor de Colo-Colo. En cuanto a Pinochet, para mí era un personaje de la televisión que conducía un programa sin horario fijo, y lo odiaba por eso, por las aburridas cadenas nacionales que interrumpían la programación en las mejores partes. Tiempo después lo odié por hijo de puta, por asesino, pero entonces lo odiaba solamente por esos intempestivos shows que mi papá miraba sin decir palabra, sin regalar más gestos que una piteada más intensa al cigarro que llevaba siempre cosido a la boca.»
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«Hoy vi La batalla de Chile, el documental de Patricio Guzmán. Conocía nada más que unos fragmentos, sobre todo de la segunda parte, que pasaron alguna vez, en el colegio, ya en democracia. Recuerdo que el presidente del Centro de Alumnos comentaba las escenas y cada cierto tiempo detenía la cinta para decirnos que ver esas imágenes era más importante que aprender las tablas de multiplicar.
«Entendíamos, por supuesto, lo que el dirigente quería decirnos, pero igual nos parecía raro el ejemplo, pues s estábamos en ese colegio era justamente porque desde hacía ya demasiados años sabíamos las tablas de multiplicar. Desde la última fila del auditórium alguien interrumpió para preguntar si ver esas imágenes era más importante que aprender a dividir con decimales, y enseguida alguien preguntó si en lugar de memorizar la tabla periódica podíamos mirar muchas veces esas imágenes tan importantes. Nadie rio, sin embargo. El dirigente no quiso responder, pero nos miró con una mezcla de tristeza e ironía. Entonces intervino un delegado y dijo: hay cosas sobre las que no se puede bromear. Si entienden eso, pueden quedarse en la sala.
«No recordaba o no había visto la larga secuencia de La batalla de Chile que tiene lugar en los campos de Maipú. Obreros y campesinos defienden las tierras y discuten fuertemente con un representante del gobierno de Salvador Allende. Pensé que esas bien podían ser las tierras del pasaje Aladino. Las tierras en que luego aparecieron esas villas con nombres de fantasía donde vivimos las familias nuevas, sin historia, del Chile de Pinochet.»
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«El colegio cambió mucho cuando volvió la democracia. […] Recuerdo a un profesor de Historia, uno que no me agradaba realmente, en tercero medio, a los dieciséis años. Una mañana tres ladrones que huían de la policía se refugiaron en los estacionamientos del colegio y los carabineros los siguieron y lanzaron un par de tiros al aire. Nos asustamos, nos echamos al suelo, pero una vez pasado el peligro nos sorprendió ver que el profesor lloraba debajo de la mesa, con los ojos apretados y las manos en los oídos. Fuimos a buscar agua e intentamos que la bebiera pero al final tuvimos que echársela en la cara. Logró calmarse de a poco mientras le explicábamos que no, que no habían vuelto los milicos. Que podía continuar la clase —no quiero estar aquí, nunca quise estar aquí, decía el profesor, gritando. Entonces se hizo un silencio completo, solidario. Un silencio bello y reparador.»
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«Luego vino el tiempo de las preguntas. La década de los noventa fue el tiempo de las preguntas, piensa Claudia, y enseguida dice perdona, no quiero sonar como esos sociólogos medio charlatanes que a veces salen en la televisión, pero así fueron esos años: me sentaba durante horas a hablar con mis padres, les preguntaba detalles, los obligaba a recordar, y repetía luego esos recuerdos como si fueran propios; de una forma terrible y secreta, buscaba su lugar en esa historia.
«No preguntábamos para saber, me dice Claudia mientras juntamos los platos y recogemos la mesa: preguntábamos para llenar un vacío.»
Formas de volver a casa, Alejandro Zambra
Editorial Anagrama, colección Narrativas Hispánicas, 2011
sàpigues que m’estic fent una llista amb el q vas recomanant. aquest darrer del A. Zambra ve molt de gust. que tinguis bon diumenge o bona setmana Monis
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Es muy interesante. Una forma muy diferente de reconstruir una historia colectiva a través de la historia personal, pero una historial personal normal y corriente. ¡Seguiré haciendo crecer la lista, Bru! Salut!
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