La Memoria Histórica debe ser la de todos: la de quienes fueron desaparecidos por un déspota asesino, un fascista represor, y por los que le apoyaban y le servían de mano ejecutora; la de los familiares de todos los desaparecidos, muchos de los que, a día de hoy, siguen a miles esperando su reparación en las cunetas de un país que se llama democrático; la de todos los que durante años han callado por miedo, haciendo sucumbir su voz a un silencio aterrador.
En el calcio del hueso hay una historia:
desesperada historia, desmadejada historia
de terror premeditado.
Y habrá que contar,
desenterrar, emparejar,
sacar el hueso al aire puro de vivir.
Pendiente abrazo,
despedida, beso, flor,
en el lugar preciso
de la cicatriz.
Pedro Guerra, Huesos
También la Memoria de todos esos niños, hoy ancianos, que fueron testigos inocentes de cómo las alas del buitre carroñero, en su recién estrenada grandeza macabra, se cernían sobre el país, sumiéndolo en la más profunda oscuridad.
Uno de esos niños fue, es, Ricardo Suárez, cuya historia quedó para siempre ligada a la de los siete hombres que fueron asesinados a la entrada de Piedrafita de Babia (León) y tirados en una cuneta. Ese capítulo lo explica Emilio Silva en Las fosas de Franco. Memoria de un desagravio; aquí os lo transcribo:
«…las historias de las fosas comunes afectan también a las personas de los pueblos en los que se llevaron a cabo las ejecuciones. Una de las personas que más se emocionaron cuando aparecieron los restos de Piedrafita de Babia fue Ricardo Suárez, un vecino que, de niño, caminaba una tarde con su madre hacia un prado, propiedad de la familia, cuando el perro que los acompañaba se desvió de la carretera y olisqueando por la piedra comenzó a ladrar. Ricardo se acercó al animal y descubrió un enorme charco de sangre sobre la tierra removida. Por entonces, Ricardo tenía dos hermanos escapados en el monte y pensó que podrían ser ellos los que estaban enterrados en la fosa. No le dijo nada a su madre, por miedo a que ella descubriera la tragedia. Pero tres días más tarde no pudo soportar la presión y le relató su descubrimiento.
«A partir del día en que compartieron el secreto, madre e hijo fueron diariamente a llorar junto a la fosa. Pero un mes después del descubrimiento recibieron noticias de los hermanos y el llanto se transformó en júbilo. Sin embargo, Ricardo siempre había conservado el recuerdo de aquella fosa como algo angustioso y cuando la excavadora dio con los primeros huesos rompió a llorar.»
Aquellos siete desaparecidos recuperaron su dignidad. Como otros muchos. Pero todavía tenemos nuestras cunetas llenas de Memoria Histórica…
Muy emotivo compañera
Un abrazo
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Siempre lo será, sobre todo porque fue lo que nos hizo encontrarnos.
Un abrazo enorme, Aitor
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Estás en todo! Un beso 🙂
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