Fragmentos

Identidad y fascismo

Llevo unos días dándole vueltas a la idea de la identidad y a la idea del fascismo. Resulta que ambos conceptos están estrechamente relacionados. Al principio me parecía que estaba equivocada. Pero no, no es así en absoluto. Empezaré por el término identidad. Paradójicamente, la RAE define identidad como el «conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás». Paradójico porque inmediatamente después sigue otra acepción del vocablo: «conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás»

Es cuanto menos curioso que aquello que nos define como lo que somos, como seres únicos, es también lo que nos engloba en una colectividad para hacer de esta igualmente una identidad diferente al resto de colectividades. Y me diréis: claro, claro, debes tener en cuenta que existen palabras polisémicas. Es cierto, os responderé. Es cierto pero es perverso, no por el término en sí sino por el uso que de él se pueda hacer desde diferentes foros sociales. Pero no me quiero adelantar a las conclusiones.

 

Amartya Sen | Foto: Tony Luong para The New Yorker

Amartya Sen | Foto: Tony Luong para The New Yorker

Identidades individuales y sociales

Partamos de la definición que da de colectividad como ente que engloba individuos en un grupo particular, un grupo que adquiere una identidad social. Esos individuos se enmarcar en esos nuevos entes provocando un empequeñecimiento de los seres humanos y de sus «muchas maneras diferentes en que las personas se relacionan entre sí», como explica Amartya Sen en su análisis Identidad y violencia (Katz Editores). Me explico: los seres humanos, poseedores de una identidad particular, forman parte de varias identidades sociales sin por ello entrar en contradicción: han nacido en un determinado lugar; puede que vivan en un lugar distinto; tiene una profesión más o menos definida; una serie de intereses en cuanto a ocio, cultura, política, creencias más o menos espirituales, activismo, sexualidad, etcétera. Todo ello les define como son, les da una identidad particular, a la vez que les incluye en diferentes identidades sociales en función de cada uno de esos rasgos.

El problema viene cuando el mundo se ve cada vez más como «una federación de religiones o de civilizaciones», sin tener en cuenta todas esas otras identidades sociales minoritarias, y lleva a hacer una clasificación de la población de una forma abarcadora y singularista. Ya hemos visto que la cotidianeidad nos demuestra que somos miembros y, por tanto, pertenecemos a una gran variedad de grupos, con sus propias inquietudes, sus filias y sus fobias. Y todos ellos aportan a cada individuo miembro una identidad particular. Para Sen, es muy importante tener conciencia de esta pluralidad, ya que cada contexto particular requerirá de nosotros la decisión de las importancias relativas de nuestras diferentes filiaciones.

A este respecto, Amin Maalouf, en su obra Identidades asesinas (Alianza Editorial), apunta claramente que la identidad «no está hecha de compartimentos, no se divide en mitades, ni en tercios o en zonas estancas. Y no es que tenga varias identidades: tengo solamente una, producto de todos los elementos que la han configurado mediante una dosificación singular que nunca es la misma en dos personas». Maalouf nació y vivió en Líbano 27 años, fue entonces cuando se instaló en Francia. No puede decir que es lo uno o lo otro, sino un compendio de ambas. Son muchos los que le preguntan ¿te sientes más francés o más libanés? Y él dice no poder discernir, es las dos cosas. Pero también es muchas más.

El autor explica que en un primer momento la pregunta le hacía reír, pero contiene una visión de los seres humanos muy extendida a la vez que muy peligrosa: presupone «que en el fondo de cada persona hay sólo una pertenencia que importe, su verdad profunda de alguna manera, su esencia, que está determinada para siempre desde el nacimiento y que no se va a modificar nunca; como si lo demás, todo lo demás —su trayectoria de hombre libre, las convicciones que se ha ido adquiriendo, sus preferencias, su sensibilidad personal, sus afinidades, su vida en suma—, no contará para nada». Al hacer la pregunta, al obligar al preguntado a afirmar su identidad, se le está pidiendo que «enarbole con orgullo frente a los demás […] esa supuesta pertenencia fundamental», que no es otra que una religión, una nación, una raza o una etnia. Lo cual, soterradamente, nos habla de violencia.

 

Amin Maalouf | Foto: JF PAGA para France Culture

Amin Maalouf | Foto: JF PAGA para France Culture

La afirmación de la identidad como motor de la violencia

Ambos autores coinciden en esta violencia soterrada: cultivar ese sentimiento de pertenencia, esa esencia, en ocasiones exige de nosotros «cosas muy desagradables». ¿Y cuándo se da eso? Cuando se pretende imponer una identidad colectiva única, «un componente básico del “arte marcial” de fomentar el enfrentamiento sectario» en palabras de Sen. Por supuesto, esta es la visión perversamente reductora del «universo de categorías plurales y diversas que dan realmente forma al mundo en que vivimos». Invocar esa identidad colectiva única crea odio, un odio que puede desembocar en «violencia a nivel local o una violencia y un terrorismo globalmente arteros». Para Sen, esto solo puede ser evitado si se respeta la pluralidad de la identidad individual y su indivisibilidad. Es necesario que seamos conscientes de nuestras muchas filiaciones y de la capacidad que tenemos para interactuar de muy diversas maneras; también debemos usar el razonamiento sobre nuestra pertenencia a un mundo amplio y plural; por último, no olvidemos nuestra libertad para decidir por nosotros mismos sobre nuestras prioridades. Y confiar en una voz pública razonada.

En el escenario que vivimos en la actualidad se habla cada vez más de más Europa, sobre lo que Maalouf se cuestiona sobre la tensión, cada vez mayor, entre su «pertenencia a una nación multisecular» y a una «unión continental» en construcción. Es más, el autor duda sobre cuántos europeos sienten, «desde el País Vasco hasta Escocia», su pertenencia de una «manera poderosa y profunda a una región, a su pueblo, a su historia y a su lengua». Al inicio del capítulo a puesto una serie de ejemplos similares al suyo —libanés instalado en Francia—, «personas con pertenencias que hoy se enfrentan violentamente»; Maalouf las define como personas fronterizas, «atravesadas por unas líneas de fractura étnicas, religiosas o de otro tipo». Cree que «tienen una misión: tejer lazos de unión, disipar malentendidos, hacer entrar en razón a unos, moderar a otros, allanar, reconciliar. Su vocación es ser enlaces, puentes, mediadores entre las diversas comunidades y las diversas culturas».

Y aquí está el peligro de violencia: estas personas deben ser capaces de asumir sus múltiples identidades sociales por encima de las constantes peticiones de afirmación como identidad colectiva de su tribu, de su bando, de su etnia, de su religión. Por supuesto, eso implica que alguien les insta a hacer esa elección: «No sólo los fanáticos y los xenófobos de todas las orillas: también tú y yo, todos nosotros. Por esos hábitos mentales y esas expresiones que tan arraigados están en todos nosotros, por esa concepción estrecha, exclusivista, beata y simplista que reduce toda identidad a una sola pertenencia que se proclama con pasión. ¡Así es como se fabrica a los autores de las matanzas!». Tal vez Maalouf tiene una visión muy negativa de ese más Europa. Yo también la tengo, pero no exactamente por esas personas fronterizas, sino por las que no lo son y que en aras de esa europeidad se arrojan en brazos de la cosificación, de la igualación, de la masificación. Creo que eso es mucho más peligroso.

 

Slavoj Žižek | Foto: Antonio Olmos para The Observer

Slavoj Žižek | Foto: Antonio Olmos para The Observer

La noción totalitaria como garante hegemónica de una identidad colectiva

En su libro ¿Quién dijo totalitarismo? Cinco intervenciones sobre el (mal)uso de una noción (PRE-TEXTOS), Slajov Zizek nos habla del peligro que supone cualquier intento de romper el orden establecido por el peligro que esto conlleva de la resurrección del totalitarismo. Realmente fascinante si no fuera profundamente retorcido. Partamos de una de las frases que incluye en su ensayo: «En la irrefrenable autopoiesis del capitalismo [es decir, la existencia de capitalismo en la continua producción de sí mismo] que ha seguido a la desaparición del socialismo, el espectro de la “amenaza totalitaria” sobrevive en tres formas». Y estas tres formas, para Zizek, son: los nuevos fundamentalismos étnico-religiosos que se personifican en dictadores malvados, la aparición del populismo de la nueva derecha en el propio mundo occidental y la noción de la digitalización de nuestras vidas como amenaza a nuestra libertad y el fin de nuestra privacidad. En el primer caso, estos malvados dictadores apelan a la identidad étnica a través de unos mitos que ellos mismos manipulan para mantener su poder; exactamente lo mismo que los líderes populistas de la nueva derecha. Zizek, en este punto, habla también de la identidad. Identidad que parece estar salvaguardada en los dos primeros casos y solo en peligro en el tercero de ellos.

Pero esa salvaguarda solo es en apariencia: buscan, con sus discursos populistas —pues en el fondo ambos discursos son iguales—, preservar una identidad social a través de la cosificación, de la igualación de los ciudadanos que forman parte del grupo identitario al que gobiernan. «En este universo de mismidad, la forma principal de algo que se parezca a la manifestación de una diferencia política es el sistema bipartidista, esa apariencia de elección donde en lo esencial no la hay. Ambos polos convergen en la política económica»; en este punto pone el ejemplo de la política fiscal de Clinton y Blair: solamente siendo rigurosa podrá sostener el crecimiento económico, lo que permitirá una «política social más activa en nuestra lucha por una seguridad social, una educación y una sanidad mejores. Sus diferencias quedan reducidas en definitiva a la oposición de actitudes culturales: la “apertura” multiculturalista, sexual, etc. frente a los “valores familiares” tradicionales.» Exacto, estas dos actitudes culturales representan el bipartidismo existente en España. Que ese bipartidismo se mantenga en los años es la pavorosa materialización de la falsa participación de los individuos en los procesos políticos. Se entiende, ¿no?, la participación es falsa porque la mayoría opta por uno u otro grupo, han creído que realmente no existe otra opción real.

Defiende Zizek en este punto que hoy nos enfrentamos a un profundo cinismo posmoderno: existe una «forma universal», una norma legal, que aparentemente regula los intereses de las diferentes identidades sociales. Así se integra y legitima la ideología, permitiendo que siga ejerciendo su control con ese falso revestimiento de transparencia que le confiere precisamente esa norma legal. Con lo que tenemos, pues, un sistema democrático fetichista, que no es peor que uno totalitario o dictatorial, porque creemos que la elección de uno u otro líder es un acto totalmente transgresor realizado en plena libertad. Ya hemos dicho que estos grupos articulan su quehacer revistiéndolo de ideología. El filósofo político Ernesto Laclau distingue entre los elementos que construyen una ideología y cómo se articulan esos elementos, que es lo que da el sentido específico. Defiende que el fascismo no lo es por construirse sobre determinados rasgos —militarismo, racismo xenófobo, corporativismo económico, populismo, etc.—, puesto que estos rasgos no son en sí mismos fascistas, sino que la articulación de los mismos dentro de un proyecto ideológico global es lo que les confiere ese carácter fascista.

 

El fascismo como fenómeno generador de su perfecta identidad colectiva

Hagamos un breve repaso a algunas de las características que definen el fascismo:

• No debemos perder de vista, ante todo, que es un movimiento totalitario en la medida en que aspira a intervenir en la totalidad de los aspectos de la vida del individuo

• Exalta la idea de unidad, de nación, de Patria, frente a la de individuo o clase. Para ello se apoya en el sentimiento irreflexivo —que los nazis llevaron al extremo de la raza aria superior—; es fuerza, vitalidad, energía, violencia y juventud, no pensamiento racional

• El partido único evita “interferencias”; el líder carismático, casi divino, se convierte en portavoz de la Patria que habla con una sola voz —a través de los medios de comunicación, tan útiles para su propósito—

• Se adueña del miedo y la frustración de la población, emociones que lleva al límite y canaliza mediante violencia, represión, propaganda hacia un enemigo común, contra el que todos juntos deben luchar

• Cosifica, simplifica, iguala a los ciudadanos en una sola clase social, ejerciendo una política paternalista en  la que todos obedecen con disciplina castrense

• Se presenta como superación de toda ideología, lo que le da carácter de perfección. Por ello no son necesarios otros partidos políticos, como tampoco lo son los intelectuales. Por supuesto, la libertad de expresión carece de todo valor.

• Llega —no siempre— y se mantiene en el poder a través de la violencia, valor positivo, fuerza de cambio; solo puede imponerse el más fuerte

• La política se reduce a una teatralización, en la que la uniformidad, el lenguaje, los símbolos, los grandes fastos, dan al pueblo la confianza en la unidad necesaria

 

El fascismo, pues, es la herramienta perfecta para destruir cualquier tipo de identidad, ya sea individual o colectivas. Es la agresión máxima a cualquier tipo de manifestación humana, social, ciudadana. Es esa lacra que todos queremos ver olvidada en el pasado. Pero miro a mi alrededor y veo que esa visión está bien lejos de ser real. Por ejemplo, retomemos ese párrafo en el que Maalouf veía cierto peligro en esa máxima que tanto se repite hoy, más Europa. Ya he adelantado que yo veía el peligro en la cosificación que esa letanía contiene. Más Europa. Para ello es necesario una moneda común, unas leyes comunes, unos gobiernos si no comunes cuanto menos muy cercanos (por no decir iguales), una serie —ingente— de normativas comunes… Homogeneidad en aras del bien común. Y un organismo regulador que se asegure que toda esa comunidad discurre con fluidez. Para ello, utilizan argumentos que bien podrían encajar —sin apenas chirrido alguno— en esos pocos puntos con los que os he querido recordar qué caracteriza el fascismo. Pero eso no ocurre solamente a nivel Europa. Eso mismo pasa en España. Hoy.

Vivimos sumidos en un bipartidismo, dos identidades colectivas que apenas se diferencian por el logotipo. Su alternancia en el poder nos hace sentirnos libres, ¡podemos cambiarlos de bancada parlamentaria cada cuatro años! Utilizan discursos grandilocuentes, vacíos de contenido, para explicarnos aquello que es mejor para nosotros. Nos instan a esforzarnos por el bien común en estos momentos de dificultad extrema. Piden la “colaboración” de la ciudadanía para acatar todas esas normativas, leyes, reales decretos… que harán de nuestro estado, el Reino de España, aquella tierra de esplendor que fue. Tienen a su disposición todos los medios de difusión para que su pueblo esté siempre al corriente de todo aquello que tienen que decirnos, desde un congreso en el que lanzar sus proclamas hasta medios de comunicación absolutamente subyugados a ellos y otros canales proporcionados por las nuevas tecnologías.

En este punto, hemos llegado al paroxismo hilarante y sádico: se han “infiltrado” en las redes sociales para estar en contacto directo con sus electores, con sus gobernados. Ellos se dan voz, y dan voz a un sinfín de energúmenos que los defiende con uñas y dientes, con amenazas de muerte incluso. Y en este paroxismo hilarante y sádico juega un papel importante la impunidad: no importa lo que se diga mientras lo dicho sea en defensa del amado gobierno. La identidad individual pierde así todo su valor en aras de una identidad colectiva. Una única identidad colectiva. Y esa identidad colectiva fagocita ese paroxismo, con pretensiones de dejar en el olvido individuos que ven la perversión de esa comunidad, esa cosificación, ese amalgama de identidades que se alienan para dar fuerza al ente superior.

Eso, todo eso y mucho más, es fascismo. Fascismo con todas sus letras, todos sus rasgos. Fascismo que crece pavorosamente y se adueña de nuestros parlamentos, nuestras instituciones, nuestras calles, nuestros trabajos, nuestros hogares. Debemos dejar de alimentar a la bestia antes de que sea demasiado tarde. Recordad, somos identidades, somos conciencia, somos seres únicos, somos. Sigamos siendo.

14 pensamientos en “Identidad y fascismo

  1. Pingback: ¡No te relaciones con el estrés! | enstres

  2. Buenas:
    Impresionante el post.
    Un para de cosas: no creo que la identidad derive inevitablemente en fascismo. Los fascistas eligen los sentimientos sobre los que actuar y convencer. Si existiese una identidad europea fuerte, no habría fascismos nacionales. De hecho, Le Pen habla en contra de inmigrantes, no contra europeos. Sabe que la mayoría de éstos no considera europeos a los que lo son y son además musulmanes, por ejemplo y por ahí ataca.
    Tienen un buen radar social, pero no tienen ideología pre-definida. Es una actitud y un método.
    Un saludo

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    • Muy buenas, Luis.

      Lo cierto es que lo último que pretendía era dar a entender que la identidad deriva en fascismo. Al contrario, lo que quería es que quedase claro que NO, que la identidad empieza por la individual en función de las colectivas. Pero que según como cada uno «gestione» su identidad, se transformará en un individuo violento como identidad colectiva y puede que individual. El fascismo aprovecha las identidades colectivas «débiles» para crecerse, para hacerse fuerte.

      Respecto a lo del radar social, totalmente de acuerdo: deben tenerlo, si no sería imposible su existencia.

      Un placer verte por aquí, un fuerte abrazo.

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  3. Como esto se alarga mucho, iré resumiendo. Acostumbramos a ver a los miembros de nuestro grupo como individuos, con sus propias características y a los ajenos a él como un colectivo. Lo peor de esto es que cuando apreciamos alguna característica indeseable en un miembro del exogrupo tendemos a generalizarlo a todo él y esto es aprovechado para lanzar mensajes negativos. La manera de juzgar a los demás se efectúa en función de su afiliación o no al grupo de pertenencia: los miembros del exogrupo aparecen difuminados y se les juzga más severamente, mientras que los miembros del endogrupo mantienen su identidad personal y se les trata con más benevolencia.

    En épocas de crisis, estos mensajes se dan con mayor frecuencia y las reticencias hacia los otros aumentan. Es fácil desarrollar doctrinas en estas circunstancias que estigmaticen a los exogrupos. Nosotros somos los buenos, sin ellos estaríamos mejor…

    Muchas veces todo esto se mezcla con el miedo, porque éste bloquea todo lo demás. Como decía al principio, estamos preparados sobre todo para sobrevivir en un momento dado, no en planificar el futuro del mundo.

    Por cultos que seamos, siempre se nos podrá manipular en estas condiciones (aunque con más dificultad que si somos ignorantes) y el producto resultante y sus consecuencias a lo largo de la historia es bien sabido… por lo que han querido saberlo.

    Siempre recuerdo las palabras de Julián Marías que un día te enseñé y que aquí copio:

    Creo que la retracción de estos intelectuales fue también un error: creyeron que no se podía hacer nada; dentro de la política efectivamente era así, pero es que dejaron de escribir sobre política, de hacer sentir su presencia independiente, de ayudar a las mayorías a formar opiniones más discretas que las imperantes. Se confunde muchas veces la superficie visible de una sociedad con su realidad profunda.

    Así que nuestra obligación es decirlo y escribirlo, aunque ya poco nos importe lo que le pase a este mundo porque, como también te he dicho alguna vez, nunca debemos renunciar a ser lo que somos.

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    • Gonzalo, no creo que ni a ti ni a mí deje nunca de importarnos lo que pasa en este mundo, por lejano que sea el lugar en el que pasa. Si lo hiciéramos, estaríamos renunciando a ser lo que somos…

      Un abrazo, un placer leerte.

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  4. Me parece titánico el intento de definir identidad y fascismo, como conceptos separados y más difícil aún tratarlos como temas relacionados. Confieso que ambos temas me desbordan, me sobrepasan.

    Intenté leer Mein Kampf hace ya 40 y tantos años y lo dejé porque fui consciente de que el autor mentía y manipulaba, pero yo no sabía mediante qué tecnicas lo hacía y estaba indefenso ante esa manipulación y yo quería comprender porqué Hitler decía unas determinadas cosas y no estaba dispuesto a pagar el precio de ser manipulado para poder comprender: si me manipulaban ya no podría comprender.
    Y así sigo sin haber leído el libro, aunque creo que hoy ya no me manipularía fácilmente.

    A lo mejor te podría contestar al post aportando algo interesante, pero hoy y ahora no estoy muy fino para el análisis del fascismo. Tengo la sensación de que cada día es más fuerte y yo cada día estoy más desprotegido ante él, y que el camino que tiene el fascismo para prevalecer es precisamente que el individuo ceda, que se sienta derrotado. Derrotado es precisamente cómo me siento hoy…

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    • El fascismo gana así, precisamente como tú dices, haciendo ceder al individuo, derrotándolo (quiero creer que lo de hoy es pasajero).

      Lo cierto es que sí, es titánico, y este post se queda realmente corto ante tamaña intención, pero creo que he conseguido, por lo menos y para quien quiera ver el camino a seguir indagando al respecto, apuntar ese camino por el que continuar.

      En cuanto a lo que me dices del Mein Kampf, yo también quería hacerlo; hace un tiempo descubrí un libro de Antoine Vitkine, «Mein Kampf». Historia de un libro (publicado en la colección Crónicas de Anagrama). El origen del libro es un documental del mismo autor, que vio la luz en mayo de 2008. Fue al año siguiente cuando publicó el libro, en el que ampliaba lo contenido en el documental. En él, «el autor traza la historia del libro, desde su redacción hasta el presente, pasando por el asombroso desconocimiento o desdén que por él mostraron muchos dirigentes políticos europeos de la época o, después de la guerra, la disputa acerca de la conveniencia o no de publicar la obra, hasta su reciente difusión, sobre todo en los países árabes» (copiado de la contraportada). Todavía no lo he leído; tengo la estantería llena de libros por leer, y siempre digo que son ellos los que me llaman para ser el siguiente. Este en concreto me llama poderosamente, tanto que me asusta un poco. Estoy esperando a ver si baja el ímpetu y puedo leerlo con calma, aunque muy probablemente no podré resistirme a su tentación y acabaré atrapada en ese ímpetu. Lo peor es que estoy muy predispuesta para caer en la tentación, mucho.

      Y Paco, siempre aportas algo interesante, ¿ves?, ya he sacado el libro de la estantería y lo tengo encima de la mesa. Es normal que te sientas derrotado para analizar el fascismo, no es algo agradable y menos en la coyuntura actual. Así que busca otras lecturas, o busca otros entretenimientos banales. Y quítate ese sentimiento de encima…

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      • Leí Sicología de Masas del Fascismo, de Wilhelm Reich precisamente cuando hacía la mili en Melilla, «insertado» en lo mejorcito del ejército fascista y con el Servicio de Inteligencia Militar mirándome con lupa porque decían que era comunista. Ese libro no me lo pillaron, pero sí otros tres perfectamente legales para los civiles incluso durante el franquismo: uno escrito por Angel Pestaña, ácrata, claramente en contra del sistema soviético, un segundo sobre la educación en la Cuba castrista y un tercero escrito por un traidor a la URSS que era agente doble, Penkovsky. ¿Deberían haberme puesto una medalla por antisoviético NO? Pues no, para el fascismo, el principal peligro es el libre pensamiento, algo que somos tan pardillos que creemos que poseemos, más que nada porque ELLOS ya se cuidan de que no nos enteremos que tal cosa existe solamente gracias al esfuerzo personal y no viene dada como algo natural. Someterse al que tiene el poder y ceder derechos personales sí que parece ser lo natural para muchísima gente. El objetivo para muchos es ser tan «normal» como el vecino, y como el vecino pasa de derechos civiles…

        Reich también tiene un librito que cada lustro vuelvo a leer y cada vez me deja un sabor amargo, en parte porque me acusa a mí pero sobre todo porque es de los pocos que yo conozco sobre el fascismo como comportamiento de la persona, no como sistema político. «Escucha, hombrecito» es el título.

        Ese autor murió en un siquiátrico de la URSS en plena guerra fría, como les pasó a unos cuantos. ¡Ah, no, que me he equivocado, que fue en un frenopático de USA! Pues no he dicho nada, es de lo más normal y les pasa a algunos bichos raros en ¿todos? los países que son libres y que gritan muy fuerte su antinazismo.

        He leído alguna cosa más sobre el fascismo político… Pero mi definición interna personal del fascismo está muy clara pero muy poco explicitada: se corresponde con el fascismo implícito, el MAL, y no definido como tal, del cuento para adolescentes El Señor de las Moscas. No tengo el libro aquí. El niño bueno (the fair hair boy) tiene una conversación con la cabeza de cerdo que es la pura deficición del fascismo, el fascismo que cada uno lleva dentro por su propia naturaleza humana, y que cada persona, ella y solo ella es responsable de dominar, controlar y convertir en fuerza positiva.

        En cuanto a la «identidad», llevo muchos años inmerso en inmersiones lingüísticas, inmerso en listas negras y en mafietas de mierdecilla, tan características de la catalonia real, muy alejada de la Barcelona culta, que tampoco es una maravilla de progreso precisamente. Algunos se han ido para respirar, porque tanto poner la cabeza bajo el agua voluntariamente mientras te la sujetan porque te quieren hacer un favor identitario no todo el mundo lo aguanta con una sonrisa en la boca, metafóricamente, claro, faltaría más.

        Y por cierto, estar quemado, cabreado, decepcionado no tiene porqué ser malo. Sólo es malo si esos sentimientos se vuelcan contra sí mismo en vez de contra los causantes del problema.

        Saludos.

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      • Voy a tener que hacer un buen repaso bibliográfico con todos los libros de los que me has hablado. El único que tengo aquí al lado es El señor de las moscas, libro que hace tiempo que quiero releer y que haré, ahora, más pronto de lo que pensaba.

        No voy a extenderme porque creo que tu comentario es, simplemente, absolutamente completo. Gracias infinitas por enriquecer este post, todos en los que escribes.

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  5. Me llama la atención que esta entrada aún no tenga ningún comentario. Leerla me anima a escribir y eso es ya una virtud. Tratas muchos temas que me interesan desde hace tiempo y creo que el esfuerzo que has hecho merece otro por mi parte.

    Hablas de identidad, la identidad es la forma en que nos sentimos, ya sea como individuo o como grupo. Una puntualización importante es que se refiere a nuestra visión personal, no a la de los otros. No somos objetivos, así que nuestra forma de concebirnos y de concebir a las instituciones están claramente cargadas de sesgo.

    ¿Qué componentes tiene la identidad? Simplificando podríamos decir que dos: el genético y el cultural. Que pese más uno u otro resulta imprevisible. En el caso más sencillo, uno nace en una tierra como hijo de hijos de la misma tierra. La variabilidad aquí es mínima. Una genética de la tierra que nos da una cultura. El caso más complejo un hijo de dos tierras que nace en otra tercera. Aquí la variabilidad, el mestizaje cultural es máximo. Comparemos ambos casos: en el primero, se educará al individuo con los mismos principios que a sus padres, la incertidumbre es mínima; en el segundo, por el contrario, tenemos a tres culturas que competirán para construir la identidad personal. En este caso, la incertidumbre es mayor y, por tanto, el individuo tendrá una mentalidad más abierta a la hora de enfrentarse a influencias exteriores.

    Algo parecido ocurre con las personas que viajan de un lugar a otro, captando influencias de distintos sitios. Aprenden que hay más formas de ver el mundo y son más reacios a un pensamiento único. En estos casos estarían englobadas esas personas de frontera que mencionas citando a Maalouf.

    Paralelamente a esto, debemos tener presente que nuestros cerebros están preparados (en la mayoría de los casos) no para que alcancemos la excelencia, sino para permitirnos sobrevivir. Esto, que puede parecer evidente, muchas veces no se tiene en cuenta a la hora de explicar por qué las cosas ocurren como ocurren.

    Como no sé lo que puedo llegar a escribir, seguiré en otro momento.

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    • Gracias, Gonzalo, por leerme y por tu comentario. Hablar de identidad puede hacerse desde muchas perspectivas. Evidentemente, yo he tomado el prisma que me convenía para construir mi post, ese que me lleva a relacionar lo que es la identidad con el fascismo. Las identidades son complejas, muy complejas. Creo que no me atrevería a teorizar sobre ellas, si no es, como en este caso, a través de las palabras y de las reflexiones de autores que han trabajado en ello profundamente. Y que lo han hecho tomando la identidad para su estudio desde la misma perspectiva que a mí me interesaba en este caso.

      En mi post no hablo de la educación, como haces tú en tu comentario; educación entendida como transmisión de saberes de generación en generación. Es cierto que es un punto importante, mucho, porque es un componente fundamental en la formación de las identidades como tú bien dices. Pero, entre otras razones, haber ahondado en el tema hubiera alargado el texto exageradamente. Aunque es un buen tema para un futuro post (tuyo o mío, o conjunto, quién sabe).

      De nuevo, gracias por tus palabras, que enriquecen la entrada. Un abrazo.

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      • Somos en buena medida un producto cultural y lo tenemos tan interiorizado que muchas veces no nos damos cuenta. Incluso llegamos a creer que nuestra forma de concebir el mundo es la única posible. La antropología nos enseña que esto es un error que hay más mundos en este mundo que el nuestro.

        Pero volvamos nuevamente al tema de la identidad. Los humanos somos animales sociales y, como tales, formamos parte de grupos y nos sentimos miembros de ellos. Como en el caso de la identidad individual, nuevamente aparece un sesgo cognitivo a la hora de considerarnos miembros de un grupo y, lo que muchas veces es más importante, a la hora de incluir o excluir a los demás en ellos.

        Hay casos en los que la pertenencia no ofrece dudas. Existen grupos perfectamente regulados en los que, si cumples unas determinadas condiciones, se te considera miembro: una hermandad, un partido político o un club social, por poner unos ejemplos.

        La nacionalidad podría considerarse un ejemplo de esto, si naces en un sitio y el estado te lo reconoce pues no hay más que hablar… Pero este caso no es tan simple. Uno puede nacer en un lugar «por accidente» y quizás los nativos (aquellos que piensan que pon haber nacido en un sitio son dueños de él) piensen que no tienes ese derecho adquirido. Puede, del mismo modo, que nazcas en una región concreta y creas que es esa región la que no pertenece al país, así que tampoco te sientes incluido. Hay muchas variaciones sobre este tema, pero podemos esquematizarlo como sigue:

        Quiero pertenecer a un grupo y los demás me aceptan (aceptación).
        Quiero pertenecer a un grupo y los demás no me aceptan (exclusión).
        No quiero pertenecer a un grupo aunque los demás me acepten.

        La Psicología Social estudia esto analizando las relaciones que mantenemos con los que consideramos «de los nuestros» (endogrupo) y los que consideramos «los demás» (exogrupo). La percepción particular que hagamos de esto no solo afectará a nuestra identidad personal sino también a la relación con los demás, tanto a lo que consideremos pertenecientes al endogrupo como a los que englobemos en el exogrupo y, por ende, a nuestra forma de razonar en cada situación social a la que nos enfrentemos.

        Seguiremos. 😉

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  6. Lo voy a poner todo…
    Mi profesora de Historia era NAZI, y defendía a Franco y Hitler, me vino GENIAL para entender el Fascismo.

    Sería bueno no confundir Identidad con Nacionalismo… yo puedo sentirme Catalana y tirarme un PEDO GORDO cada vez que gana el Barça.

    Hay una frase por ahí buena que dedicaron al PP «Ustedes defienden a LA FAMILIA, pero es que en España hay muchas FAMILIAS». «Ergo»… que el Fascismo cree, apoya y fomenta UNA ÚNICA Y FALSA IDENTIDAD, cuando TODOS tenemos nuestras identidades? algo así entiende mi simple y limitada mente.

    El post es buenísimo. Queremos MÁS.

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